La antropología filosófica.
La
antropología filosófica, es aquella rama de la filosofía que tiene por objeto
el estudio del hombre en sí mismo; que toma al ser humano como objeto a la vez
que sujeto del conocimiento filosófico.
Las
interrogantes que se plantean apuntan a determinar qué es el hombre, qué
diferencia al hombre de las demás entidades que existen en la realidad, cuáles
son los componentes fundamentales de su ser; no en el sentido material o
funcional físico con que pueden estudiarlo sea la anatomía o la fisiología,
sino con referencia a lo que constituye lo más diferencial y personal de su
ser, los determinantes de su condición espiritual y racional.
En
la realidad, es fácil percibir que entre los seres vivos, fundamentalmente en
el reino animal, ocurren fenómenos de conducta individual. La etología, en
particular, es la disciplina que se ocupa de analizar las conductas de los
animales de todos los niveles zoológicos. Sin embargo, es también fácilmente
perceptible que las conductas de los animales son explicables primariamente en
función de factores de carácter instintivo; como comportamientos que están
impulsados por determinantes que pueden considerarse automáticos o
“programados” en relación a determinadas circunstancias.
En
el hombre, en cambio, si bien se reconocen ciertos comportamientos impulsados
por factores de índole biológica y también instintiva, existen conductas - que
a medida que progresa en su evolución y civilización resultan ser las
predominantes - que no pueden explicarse como originadas en una tendencia
instintiva. En la mayor parte de los comportamientos humanos, no se da la
motivación a través de la manifestación activa y automática de un instinto o de
un deseo; sino que surge claramente que existen otros impulsos, sobre todo los
de carácter racional o emocional, que responden a un ser del hombre, que es su
signo diferencial específicamente característico respecto del resto de los seres
vivos.
Puede
decirse que alcanzar el conocimiento del hombre acerca de sí mismo ha sido tal
vez el objeto primario y principal de la investigación filosófica. La propia
constatación de la existencia del pensamiento filosófico, constituyó el
aliciente de los filósofos para procurar un auténtico conocimiento de la
esencia del hombre; incluso como un medio de liberarse de los condicionamientos
que le impone el mundo exterior y alcanzar una verdadera libertad.
El conocimiento.
La
facultad humana del conocimiento, ha sido indudablemente uno de los primeros
temas suscitados en el ámbito de la filosofía; no solamente en cuanto a
plantearse la cuestión de si el hombre es capaz de conocer, sino también
aquella del grado de verdad de lo que se conoce.
La
llamada fenomenología del conocimiento, procura exponer el proceso por el cual
el conocimiento se produce, pero intenta hacerlo desde un enfoque puramente
filosófico, atendiendo al significado de ser objeto o sujeto del conocimiento.
En ese fenómeno filosófico del conocimiento se trasunta una especie de fusión
del objeto conocido con el sujeto cognoscente, que obviamente no sería posible
en ausencia de cualquiera de ellos.
Pero
esa suerte de fusión ocurrente en el conocimiento humano, no tiene lugar en
sentido físico y material sino abstracto. El hombre conoce a través de su
intelecto, y lo que se incorpora a él no es el objeto mismo, sino su
representación; que puede ser una exacta reproducción del objeto conocido - en
cuyo caso el conocimiento será verdadero - o no serlo, por lo menos
parcialmente - en cuyo caso el conocimiento será falso.
La
primera de las cuestiones se suscita, es la de la posibilidad del conocimiento,
para lo cual los filósofos han dado diversos tipos de respuestas:
Para
el escepticismo, el conocimiento no es posible; lo cual encierra en sí una
contradicción, ya que si realmente el conocimiento no fuera posible, tampoco el
conocimiento de ello sería posible. En ese sentido, se destaca el planteo de
Renato Descartes en su célebre expresión “pienso, luego existo”, conforme a la
cual la sola circunstancia de tener dudas implica la apertura de la
inteligencia hacia la realidad: no nos es posible dudar de que estamos dudando,
y ello constituye algo verdadero tanto como lo es que si estoy dudando es
porque existo.
Para
el dogmatismo, no solamente el conocimiento es posible, sino que las cosas son
conocidas tal como ellas son.
Las
posiciones intermedias, que de alguna manera participan en cierta medida de
cada una de las anteriores, admiten que el conocimiento es posible cuando son
cumplidas determinadas condiciones; las que se refieren a tomar en
consideración las características del sujeto cognoscente, las deformaciones
provenientes de los sentidos, o de los preconceptos personales o sociales.
Acto
seguido, se plantea la cuestión del fundamento del conocimiento:
- A. Para el empirismo, el fundamento del conocimiento radica en la realidad inteligible, considerando incluso como parte de ella las propias ideas en cuanto existen en la conciencia; de tal manera que la experiencia, sea sensible, histórica o interior, es el fundamento del conocimiento.
- B. Para el racionalismo, el fundamento del conocimiento reside en la razón, ya no como una realidad inteligible existente en la conciencia, sino como un conjunto de evidencias o verdades eternas.
Por
otro lado, también en cuanto a la cuestión del fundamento del conocimiento se
plantean las concepciones del realismo y del idealismo.
El
realismo sustenta que el conocimiento es posible sin necesidad de suponer que
la conciencia impone a la realidad determinados conceptos o categorías. Desde
el enfoque metafísico, el realismo considera que las cosas existen realmente y
con independencia de la conciencia y del sujeto que las conoce. El realismo
ingenuo, supone que el conocimiento es una reproducción exacta de la realidad;
mientras que el realismo científico - también designado crítico o empírico -
indica que no es posible equiparar directamente lo percibido con lo realmente
conocido, sino que previamente hay que someterlo a un análisis racional.
El
idealismo gnoseológico (ya que existen diversas otras acepciones aplicables al
idealismo) ha sido una corriente filosófica moderna, sustentada por filósofos
como Descartes y sobre todo la corriente denominada del idealismo alemán (entre
los que se encuentran Kant, Fichte, Schelling y Hegel). Este idealismo no
significa negar la existencia del mundo exterior, sino sostener que la existencia
de esos objetos del mundo exterior no es cognoscible mediante la percepción
inmediata; y que por lo tanto lo conocido no es el mundo sino una
representación del mundo. El idealismo
ha sido profesado por muchos filósofos modernos; no obstante lo cual ha perdido
mucha fuerza en la filosofía contemporánea.
La
inteligencia.
Planteado
en términos filosóficos el problema del hombre y su principal interrogante de
determinar qué es el hombre, qué diferencia al hombre de las demás entidades
que existen en la realidad, y cuáles son los componentes fundamentales de su
ser; la cuestión reside en inquirirse acerca de la esencia más definitiva del
ser humano. Se trata de identificar aquello que constituye su característica
más propia y más determinante de su distinción respecto del resto de los seres,
especialmente de los seres vivos; una característica que sólo los seres humanos
posean por el solo hecho de ser humanos.
Prácticamente
todos los filósofos que se han planteado esta interrogante, desde los primeros
orígenes, identificaron como tal elemento la posesión de la facultad de
raciocinio, la razón. Ello se sintetiza habitualmente en la expresión de
Aristóteles conforme a la cual “el hombre es un animal racional”; por oposición
a los animales, aún los más evolucionados en la escala zoológica, que actúan en
base al instinto.
Reconocido
y aceptado, por otra parte, que también los seres humanos están sometidos a
necesidades vitales y a instintos; es asimismo una idea que aparece siempre en
el pensamiento filosófico, expresada de una u otra manera y con uno otro
alcance, la de que justamente la superación del individuo humano resulta de alcanzar
una capacidad de obrar, por lo menos en algunos aspectos, por encima y a pesar
de sus impulsos instintivos. Y, en consecuencia, lograr que sean sus facultades
intelectuales las que determinan su conducta, tanto en función de su
conocimiento o “ciencia”, como en función de ciertos criterios valorativos
frente a sí mismo, “conciencia”.
La
investigación y la experimentación biológica, ha conducido a determinar en
muchos casos, conductas de los animales que aparentemente responden a un
raciocinio, por lo menos en un enfoque práctico. Especialmente, existen
numerosos ejemplos demostrativos de lo que se denominan “los reflejos
condicionados” de diversas especies animales: monos, perros, delfines, focas,
osos, elefantes, etc. Incluso, existen conocidos estudios acerca de
comportamientos bastante complejos de seres como las hormigas o las abejas,
algunos pájaros, etc.
Sin
embargo, la resultante final de esos estudios, conduce a advertir que esos
comportamientos - aunque en muchos aspectos resultan ser consecuencia de
determinaciones acerca de cuyo origen no se ha alcanzado un conocimiento cabal
desde el punto de vista científico - constituyen un tipo de respuestas
automáticas, esencialmente resultantes de vinculaciones “aprendidas” entre una
acción y un resultado (como la foca que recibe un pescado luego de obedecer un
estímulo de su entrenador).
Lo
que esencialmente diferencia esos comportamientos “programados” de los animales
adiestrados - o los que puedan haber adquirido incluso en la vida en su hábitat
propio - respecto de los comportamientos racionales de los seres humanos,
reside en que el hombre emplea a esos fines otras facultades, que le son
absolutamente propias y exclusivas: la inteligencia y la voluntad.
La
facultad de la inteligencia, que caracteriza a los seres humanos, está constituida
fundamentalmente por la capacidad de interpretar la realidad no solamente en sí
misma - como se la percibe a través de los sentidos - sino bastante más allá.
El
origen etimológico latino de la palabra inteligencia, se compone de sus raíces
“intus” y “legit”, que respectivamente significan interiorizar y captar o leer;
es decir que “inteligere” es equivalente a leer o captar lo que hay en el
interior de las cosas, y sobre todo, en el interior de las relaciones de la
realidad.
La
inteligencia humana posee ciertas características que le son específicas y la
diferencian de todas las restantes facultades de los seres vivos:
Posee
la capacidad de abstracción — mediante la cual puede captar no solamente un
objeto real, sino el modo de ser en sí mismo del objeto, integrándolo en su
género; es decir, que su percepción va más allá de lo concreto en cuanto
percibe el modo de existir en abstracto, de los elementos individuales
existentes en la realidad.
En
ese sentido, cabe hacer la distinción entre una inteligencia práctica, que se
aplica directamente a encontrar los medios adecuados para llegar a un fin (como
construir una herramienta para ampliar la capacidad manual); y la inteligencia
contemplativa, que analizando la realidad extrae de ella relaciones y trata de
obtener un conocimiento sobre el ser mismo de las cosas.
Posee
la capacidad de interpretación — En su sentido más preciso, la inteligencia es
por sobre todo entendimiento. Si por una parte la inteligencia, al menos
respecto del mundo de la realidad, depende de la información que proviene del
conocimiento sensible; lo que en definitiva es su producto esencial está
conformado por un resultado final de entendimiento de esa realidad, la
capacidad de interpretar todas las relaciones extraídas de la información
obtenida, para alcanzar el conocimiento del nivel más superior.
Se
trata, por tanto, de un conocimiento que permite tener una representación
coordinada, coherente, armónica de la realidad o de una concepción intelectual;
de tal modo que la razón encuentra que ha logrado conocer la totalidad del
objeto de su análisis, comprender sus orígenes causales, sus pautas de
funcionamiento, sus finalidades, anticipar todas las posibilidades de
ocurrencia. Como consecuencia de la interpretación inteligente de la realidad,
es que el hombre adquiere la verdadera posibilidad de poner en actuación todas
sus restantes facultades, especialmente la voluntad, para obrar en la forma
adecuada.
Tiene
la capacidad de captar su propia existencia — de conocerse y “entenderse” a sí
misma. Los órganos sensoriales, los sentidos pueden percibir todos ellos
sensaciones externas, pero nunca pueden percibirse a sí mismos. Por otra parte,
un sentido sólo puede percibir las sensaciones actuales; en tanto que la
inteligencia, auxiliada con la memoria, puede volver repetidamente sobre sus
propias percepciones y volver a procesarlas una y otra vez; lo que le permite
revisar los propios entendimientos y raciocinios previos, ya sea para
ratificarlos o modificarlos.
Este
proceso, que los filósofos designaron como reflexión, no tiene sin embargo
equiparación posible con los fenómenos físicos de ese tipo; porque no opera
sobre ningún elemento que tenga una existencia material, sino que su existencia
es absoluta y puramente intelectual.
La
conciencia de la propia existencia es asimismo un resultado racional, en la
medida en que, desde un punto de vista lógico, la propia acción de dudar de la
existencia está confirmando esa existencia, porque la duda no podría existir si
no existiera el que duda.
La
inteligencia no es un objeto corpóreo — No reside definidamente en un órgano
del cuerpo, como ocurre con la vista, el oído, el olfato, el tacto, etc. Los
más modernos avances de la tecnología - incluso filosóficamente fundados en la
lógica de la diversidad falso/verdadero como lo está la informática - evidencian
que aunque es posible predeterminar procesos sumamente complejos (tales como
las computadoras gigantes que juegan al ajedrez); la inteligencia humana
siempre supera todas las posibilidades mecánicas de procesamiento del
conocimiento de la realidad.
La
inteligencia no es medible ni es divisible — Sin duda, la capacidad de
intelección del hombre se incrementa enormemente a partir del conocimiento;
pero de todos modos la capacidad de “entendimiento” de la realidad, la
inteligencia de una persona, no guarda una relación matemática de
proporcionalidad con el volumen del conocimiento que haya adquirido.
La
ciencia enseña cuál es la constitución material del ser humano, a partir de su
composición química conformada por los átomos de los distintos elementos, su
combinación en moléculas, su integración en células su diferenciación en
tejidos. La fisiología expone la dinámica de los procesos vitales; aunque en
definitiva no haya logrado establecer precisamente en qué consiste en sí mismo
el fenómeno llamado vida. Extinguida la vida por la muerte, la ciencia ha
permitido conocer incluso los procesos por los cuales el cuerpo material
desintegra sus componentes, y de acuerdo con la Ley de Lavoisier seguramente
sus sustancias materiales se transforman en otras.


En
los estudios filosóficos, el tema de la voluntad ha sido encarado tanto como un
componente psicológico del hombre, como muy especialmente vinculado a las
cuestiones morales o religiosas; y aún desde el punto de vista metafísico, como
un motor de los cambios.
La intuición.
La
intuición, que constituye un modo de adquirir conocimiento, es al mismo tiempo
uno de los conceptos que más dificultad presenta para su exposición; al punto
de que algunos han expresado que es un concepto que sólo puede adquirirse
intuitivamente.
Por
lo general, se expresa que la intuición es la vía por la cual se adquiere un
conocimiento por directa apreciación racional; un conocimiento que se impone al
intelecto en forma inmediata. Alguien sostuvo, gráficamente, que “la intuición
es la avanzada del genio”.
Los
filósofos han distinguido entre:
- v La intuición sensible — que es la denominación dada por Kant a aquella forma de intuición en la cual el conocimiento directo es adquirido respecto de las llamadas cualidades primeras de los objetos sensibles, también llamadas percepciones simples.
- v La intuición intelectual — ya señalada por Platón - que aporta el conocimiento de las ideas innatas cuya consideración como verdades resulta axiomática, en el sentido de que no existe ni necesitan demostración; como el principio de contradicción conforme al cual una cosa no puede al mismo tiempo ser, y no-ser.
El
conocimiento intuitivo debe distinguirse de aquel que, aunque parece tener un
contenido axiomático y totalmente apriorístico, en realidad es resultado de
procesos de razonamiento.
Del
mismo modo, debe distinguirse el conocimiento racionalmente axiomático de
ciertas afirmaciones que en realidad son dogmáticas, en cuanto se parte de
ellas como datos inamovibles - sobre todo en las construcciones ideológicas -
sin que en realidad se justifique hacerlo así.
Otro
concepto que no debe confundirse con la intuición en sentido filosófico, es el
concepto a veces utilizado del término “intuición “para referirse a ciertas
“anticipaciones” o “revelaciones” o “inspiraciones” que ocurren en el estudio o
la investigación; en que surgen hipótesis o eventuales conclusiones respecto de
un tema enfocado en la atención, que en algunos casos podrán ser ulteriormente
verificadas por métodos científicos.
En
estos casos, lo que existe es sin duda un proceso no totalmente consciente del
raciocinio, por cuanto necesariamente son resultado no de una aprehensión
directa del conocimiento, sino de la elaboración de conocimientos previos.
El alma.
En
el hombre existe una dimensión evidentemente no material, que da a su ser una
condición no reductible a lo material, que la filosofía y la religión denominan
espiritualidad. En particular ante el fenómeno de la muerte, aparece claro que
existe una diferenciación entre lo físico y lo espiritual.

Pero
a todos parece evidente que, mucho más que su cuerpo físicamente considerado -
cuya integración material, incluso, es sabido que es cambiante y se renueva en
forma casi total durante su existencia - la identidad propia del hombre resulta
de ciertas dimensiones no materiales, psíquicas, morales, culturales,
afectivas; algunas de las cuales también suelen ser cambiantes a lo largo de su
vida, pero que de todos modos conforman una unidad esencial de su ser, que
mantiene su propia identidad a pesar de esos cambios.
Cada
ser humano conforma una totalidad individual y propia, que permanece idéntica a
sí misma durante toda su vida, no obstante todos los cambios que puedan
afectarle en todos los órdenes.
El
reconocimiento de esa dimensión no material del ser humano, ha llevado a
sustentar la concepción de la existencia del alma, no solamente en su enfoque
religioso sino también desde el punto de vista filosófico; al punto de que han
existido y existen muchas concepciones para la cuales el hombre es
principalmente su espíritu y que su cuerpo es un mero instrumento de él.
Una
vez admitida la existencia del alma, surgen de inmediato las cuestiones
relativas a cuál es su naturaleza y cuáles sus relaciones con el cuerpo.
Indudablemente,
todas las cuestiones referentes al ser y a la naturaleza y relaciones del alma,
son cuestiones esencialmente filosóficas, en la medida en que su propio planteo
tiene su origen en la reflexión intelectual. Admitido que lo que caracteriza al
hombre en su esencialidad es su trascendencia respecto de lo meramente físico -
su reflexividad, su voluntad, su libertad, su moralidad, capaz de haber
producido entre otras muchas, realidades abstractas como lo son el arte, la
política, la religión, el lenguaje - todo lo que en definitiva constituye su
espiritualidad; necesariamente ha de asignarse al alma humana una naturaleza
espiritual, ajena a la materialidad del hombre mismo, una forma de vida
interior que opera subjetivamente en cada individuo a lo largo de toda su
existencia.
Percibido
el problema del alma como una de las principales cuestiones filosóficas desde
la remota antigüedad, han sido expuestas a su respecto numerosas concepciones.
Existen
dos posturas generales básicas en torno a la cuestión del alma; aquella que la considera
un ser único e individual - y por lo tanto propia y exclusiva de cada persona,
por lo cual la unión del alma y el cuerpo es de índole sustancial; y aquella
que le atribuye una existencia trascendente y eterna, por lo cual es anterior a
la existencia del cuerpo - con el cual su unión es accidental.
Naturalmente,
se trata asimismo de un tema fuertemente ligado a las concepciones religiosas;
por lo cual, dentro de la cultura occidental, está intensamente comprendido en
las doctrinas religiosas y también filosóficas del cristianismo; a pesar de que
en realidad es anterior a él.


- Platón desarrolló la primera concepción estructurada acerca de las cuestiones del alma, que haya llegado hasta nosotros. Sustentó que el cuerpo humano es una realidad siempre extraña al alma, con el cual ella tiene una unión accidental. Unión que constituye para el alma una limitante de su desenvolvimiento, por lo cual ella debe domeñar al cuerpo, tratando de gobernarlo adecuadamente, como el jinete a su cabalgadura. El ser propio del hombre es su alma, que necesita y utiliza el cuerpo; pero que en definitiva habrá de liberarse de él para poder realizarse plenamente.
- Aristóteles sostuvo la concepción sustancial de la unión del cuerpo y el alma, como una única sustancia verdaderamente existente que es el hombre.
Sus
concepciones influyeron decisivamente en los principales filósofos cristianos,
especialmente Santo Tomás de Aquino y Renato Descartes; cuya doctrina ha
sustentado terminantemente el concepto de la inmortalidad individual del alma
humana. Para ellos, el alma es la verdadera sustancia; que si bien es
incompleta en cuanto necesita del cuerpo para concretar sus potencialidades, se
proyecta por sobre el cuerpo en sus actividades espirituales.
La
expresión persona rememora el nombre dado a las máscaras que en el teatro
griego se colocaban los actores para “personificar” a los “personajes” de las
tragedias; y que por lo tanto exterioriza no solamente su aspecto físico sino
también las características íntimas de cada personaje. El hombre como persona,
tiene esencialmente una naturaleza racional. Es el componente espiritual -
llámesele alma y téngase de ella la concepción que se tenga - lo que realmente
hace de cada persona humana un individuo; en el sentido de un ser propio,
distinto y subjetivamente único a lo largo del tiempo y de las variaciones de
sus elementos vitales, tanto los materiales como los incorporales.
La voluntad.

La
voluntad se presenta como una actividad abstracta, intelectual, del hombre, que
se concreta esencialmente en la toma de una decisión, que constituye su fase
más propia.
Existe
un proceso de la voluntad, en el cual generalmente se reconocen cuatro etapas:
- ü El surgimiento o la incorporación en la conciencia, de los motivos, que constituyen determinantes de naturaleza intelectual, representaciones de ideas; de los móviles, que constituyen determinantes de orden emocional o afectivo, representaciones de sensaciones placenteras o de temor al sufrimiento. Lo frecuente, es que los motivos y los móviles, como determinantes de la voluntad, no se presenten en una forma claramente distinguida; sino que por lo común operan de forma entremezclada.
- ü La deliberación, considerada como un análisis racional, que en algunos desarrollos acerca de los métodos de la adecuada toma de decisiones se presenta como un estudio cuidadoso y prudente a partir de una enunciación de las opciones planteadas y una evaluación de los factores a favor o en contra, a partir de una representación de las consecuencias de uno u otro tipo que puedan derivarse. Sin embargo, en la práctica, la mayor parte de las decisiones son tomadas de una manera sumamente rápida; sea por prescindir de una detenida evaluación racional a causa de la intensa influencia de factores emocionales, sea porque la previa experiencia - y aún la rutina - elimina una gran parte del proceso racional a su respecto.
- ü La decisión, que consiste esencialmente en la formulación de un juicio conclusivo, que cierra el proceso deliberativo con una representación imperativa de una acción futura; aunque en muchos casos se trata de un futuro tan inmediato que prácticamente se confunde con el momento mismo de la decisión.
- ü La ejecución, que por lo general no está constituida por componentes abstractos o ideales sino por acciones materiales; y que asimismo tiene primariamente un lugar en el tiempo futuro, ya sea que la ejecución esté constituida por la realización instantánea o muy breve de un acto, o que se configure como una sucesión coherente de actos en distintos momentos del futuro. Esta es una etapa que, normalmente, carece de interés desde el punto de vista filosófico; aunque como elemento de la realidad experimental pueda repercutir en algunos aspectos, especialmente en el enfoque moral o ético.
La
cuestión de las relaciones de la voluntad con la inteligencia, el deseo, los
impulsos, se origina ya en los albores de la filosofía.
Platón
incluyó la voluntad entre las potencias o poderes del alma; considerándola como
una facultad intermedia, en su división tripartita del alma y de la sociedad y
el Estado (Ver Platón). La consideró ubicada por debajo de la razón que rige o
debe regir al hombre, y por encima de los apetitos sensibles o simples deseos.
No la consideró en sí misma como una facultad racional, pero tampoco como una
facultad totalmente irracional. Para Platón, el mero seguimiento de los deseos
no significa ejercicio de la voluntad; el deseo pertenece al ámbito del alma
sensible o concupiscible, pero la voluntad pertenece al orden de lo inteligible.
Para
Aristóteles, la voluntad debe tener un carácter conforme a lo racional.
Conjuntamente con el deseo, para Aristóteles la voluntad es un motor, cuya
función es la de mover al alma; sin embargo, ella no se mueve como el deseo,
ajena a toda condicionante del intelecto.
En
la filosofía medieval, el tema de la relación que debe establecerse entre la
voluntad, la inteligencia, y la razón, se encontró sumamente afectado por los
enfoques de la teología; aunque de todos modos los filósofos cristianos
estuvieron guiados muy fuertemente por las ideas de Platón y sobre todo de
Aristóteles.
Las
concepciones de Santo Tomás de Aquino acerca de la voluntad se asentaron sobre
las de Aristóteles; sosteniendo que la voluntad del hombre es una facultad
estrictamente ajena a la necesidad, y que ella es una manifestación del libre
albedrío (Ver La libertad), y que la voluntad es en el hombre una potencia
superior a las potencias irascibles y concupiscibles. La inteligencia es motora
de la voluntad por medio de objetos, y la voluntad es motora de sí misma en
consideración al fin propuesto; por lo que la denomina apetito intelectual.
En
la filosofía moderna, existen en cuanto al tema de la voluntad una tendencia
racionalista cuyos principales representantes son Renato Descartes (1596-1650)
y Gottfried Wilhelm Leibnitz (1646-1716); y una tendencia empirista cuyos más
destacados representantes son Thomas Hobbes (1588-1679) y David Hume
(1711-1766).
Para
Descartes, decididamente voluntarista, la voluntad es la facultad de asentir o
de negar el juicio de modo que todo acto intelectual es un acto de voluntad. Leibnitz
se opone a ese concepto, y considera que la voluntad tiende a lo reconocido
como bueno por el pensamiento, por lo cual solamente puede quererse lo que se
percibe por el intelecto. En ese sentido, algunos señalan que el acto de
voluntad quiere lo que es juzgado como bueno por el entendimiento,
independientemente de que en un plano externo al sujeto volitivo su volición
sea moralmente negativa.
Para
los empiristas, no hay un apetito racional, sino que la voluntad vale en sí
misma como inicio de la acción. Para ellos, los actos voluntarios no son
racionales ni intelectuales, sino acción pura; no encuentran sentido en pensar
que hay un acto de voluntad independiente de la existencia empírica de la
acción correspondiente.
Emmanuel
Kant (1724-1804) resaltó el contenido moral de la voluntad, mencionando el
concepto de la buena voluntad que posee en sí un valor absoluto, en forma
independiente de sus resultados.
La afectividad.
El
área de la afectividad comprende un grupo de estados de conciencia en los que
se suscita una inclinación de atracción o de rechazo - de placer o de
sufrimiento - hacia diversas sensaciones, ya sean provenientes del mismo sujeto
consciente o del exterior; y respecto de las cuales esa inclinación no es
resultante de una evaluación intelectiva, sino que representa una reacción
espontánea y subjetiva respecto de una situación en la que el sujeto consciente
asume un papel pasivo.
Los
estados afectivos son variados y resulta dificultoso clasificarlos. A menudo
las reacciones afectivas no son unívocas; y frente a ciertas situaciones la
conciencia experimenta tendencias contradictorias en las cuales no resulta
fácil delimitar sus fronteras.
Entre
las principales manifestaciones de la afectividad, se enumeran:
Las
emociones. Son estados afectivos de la conciencia que surgen de manera súbita,
produciendo una alteración del equilibrio. Se caracterizan porque
frecuentemente el estado de la conciencia tiene una inmediata y concordante
repercusión somática, generándose reacciones fisiológicas variadas, algunas de
ellas detectables exteriormente (como la vasodilatación que produce el sonrojo
ante emociones de vergüenza) o no apreciables (como el incremento en la producción
de adrenalina en las emociones de ira o de miedo, aumento del ritmo cardíaco,
sudoraciones, contracción estomacal, etc.)
Los
sentimientos. Son estados afectivos que se diferencian de las emociones en que,
a la vez que surgen de manera más gradual, y por lo mismo sin una intensidad de
alta concentración momentánea, afectan el conjunto de la vida psíquica de
manera estable y duradera, y afectan diversos órdenes de las abstracciones
mentales, tales como convicciones de valor, convicciones de ideas, y similares.
Suelen
diferenciarse sentimientos de alto nivel o superiores, y sentimientos de nivel
menor o inferiores. Entre los primeros, se sitúan los sentimientos de la
afectividad duradera como el amor familiar, los sentimientos éticos, las
convicciones estéticas, religiosas o políticas. Entre los sentimientos menores,
se ubican estados espirituales de menor intensidad, como el placer que se
experimenta con la comida o la bebida, con la música, con el disfrute de un
viaje, etc.
Las
pasiones. Son estados de la conciencia que participan en cierto grado de la
intensidad de las emociones y de la durabilidad de los sentimientos; de tal
manera que asumen un sentido muy dominante en la conducta del individuo y
conducen a comportamientos frecuentemente poco racionales y extremados. Se
mencionan de tal modo el enamoramiento exacerbado, el fanatismo político o
religioso, la desmedida ambición de riquezas o de poder. Muchas pasiones asumen
naturaleza obsesiva y cercanamente patológicas, tales como los celos o los juegos
de azar. Puede decirse que respecto de las pasiones, existe una regla de
proporcionalidad en cuanto a sus componentes; en el sentido de que a mayor
intensidad existe un menor respaldo de racionalidad en el comportamiento; y o
por consiguiente una menor capacidad de percepción válida de la realidad y sus
condicionamientos.
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